viernes, 25 de junio de 2010

Una Historia de Vida…

EL OTOÑO DE FREDDY, LA HOJA...



Leo F. Buscaglia




Freddy, la hoja de un hermoso árbol, había logrado crecer...

Su parte central era amplia y resistente, y sus cinco extensiones eran igualmente firmes y terminadas en agudas puntas...

Se había asomado a la vida por primera vez en la primavera, aunque, en aquel momento, tan sólo era un pequeño brote de una rama bastante grande, ubicada cerca de la cima de árbol de significativa estatura...

Freddy se encontraba rodeado por cientos de hojas iguales a él, o, al menos, así lo parecía a primera vista... Pero pronto comprobó que ninguna hoja era igual a otra, aún cuando todas pertenecieran al mismo árbol. Así, Alfred era la hoja que estaba a su lado,

Ben era la hoja situada a su derecha y Clara era la hermosa hoja que Freddy podía ver encima de sí misma...

Todas habían crecido juntas. Y todas habían aprendido a bailar alegremente con las dulces brisas de la primavera, a calentarse bajo el sol abrumador del verano y a lavarse y quitarse el polvo con el agua de las lluvias refrescantes que, de vez en cuando, dejaban caer algunas tormentas estivales...

En cualquier caso, el mejor amigo de Freddy era Daniel. Era la hoja más grande de toda la rama y daba la impresión de haber estado allí antes que todos los demás. Por eso, a Freddy le parecía que Daniel era la hoja más sabia de todas las que conocía…

Precisamente, fue Daniel el que les contó que todas ellas eran parte de un árbol, y les explicó que crecían en un parque público…También fue Daniel el que les dijo que el árbol tenía raíces fuertes que mantenía ocultas en la tierra, allá abajo, muy lejos de donde ellas

Y les habló de los lindos pajarillos que, cada mañana, iban a posarse en su rama y piaban, con trinos angelicales, hermosas melodías matinales. Les habló del sol, de la luna, de las estrellas y de las cuatro estaciones por las que atraviesa el mundo cada año…

A Freddy le encantaba ser una hoja de árbol. Le gustaba su rama, le gustaban las leves hojas que eran sus amigos, le gustaba el lugar que ocupaba y que le hacía sentir estar cerca del cielo, el viento que lo mecía dulcemente de aquí para allá, los brillante rayos del sol que le daban calor, las nubes que a veces los cubrían, con grandes sombras blancas que parecían algodones de azúcar…
Además, el verano había sido especialmente agradable. Los grandes días de calor eran placenteros, y las noches cálidas, Freddy las vivió apacibles y ensoñadoras.
De hecho, ese verano hubo mucha gente que acudió al parque. Y, con frecuencia se acercaban a sentarse bajo el árbol de Freddy. Daniel les explicó que el “dar sombra” frente al calor era parte de la finalidad del árbol al que pertenecían.
“¿Qué es una finalidad?”, había preguntado Freddy.

“Una razón para existir”, había respondido Daniel. “Hacer las cosas más agradables para los otros es una razón para existir. Dar sombra a los ancianos que vienen para escapar del calor de sus casas; ofrecer un lugar fresco para que los niños vengan a jugar; abanicar con nuestras hojas a los que vienen a hacer picnic y comen sobre manteles a cuadros. Todas éstas son razones para existir”.
A Freddy le gustaba en particular la gente mayor. Se sentaban tranquilos sobre el pasto fresco y casi nunca se movían, y pasaban la tarde conversando en susurros e intercambiando sus recuerdos sobre los tiempos pasados…
Los chicos también eran entretenidos, aunque a veces hacían agujeros en el tronco del árbol o tallaban sus nombres en él, y Freddy sabía que eso debía dolerle a su dueño… Aún así, resultaba divertido verles moverse tan rápido y reírse tanto…
Pero el verano de Freddy pasó pronto… ¡Se esfumó en una noche! Freddy nunca había pasado semejante frío, al igual que el resto de las hojas, las cuales tiritaban al estar cubiertas con una delgada capa de hielo blanco que se derritió rápidamente y las dejó empapadas de rocío, pero resplandecientes, bajo el sol de la mañana…
Otra vez fue Daniel quien les explicó a todas que habían vivido su primera helada, una señal inequívoca de que el otoño estaba en todo su esplendor y de que pronto llegaría el invierno…
Casi de un día para otro, todo el árbol, y en realidad, todo el parque, se transformó en una verdadera llamarada de color. Apenas si quedó alguna hoja verde…
Alfred se había vuelto de un color amarillo profundo. Ben de un naranja brillante. Clara se había vuelto roja como una llama; Daniel, adoptó un púrpura profundo, y Freddy estaba rojo, dorado y azul. ¡Qué hermosos estaban todos!
¡Freddy y sus amigos habían convertido el árbol en un bellísimo arco iris!
“¿Por qué nos ponemos de diferentes colores, preguntó Freddy, si todos estamos en el mismo árbol?”
“Cada uno de nosotros es diferente del otro. Hemos tenido experiencias diferentes del otro. Hemos mirado al sol, y hemos dado sombra de maneras diferentes”, respondió Daniel. “Entonces, ¿por qué no habríamos de tener distintos colores?”, apuntilló con realismo. Y Daniel le aclaró a Freddy que esa estación maravillosa se llamaba Otoño.
Pero un día comenzó a suceder algo muy extraño. Las mismas brisas que en los meses anteriores los habían hecho bailar alegremente, comenzaron a empujarlos y a tirar con fuerza de sus tallos, casi como si estuvieran enojadas con ellos...
Y esta circunstancia fue la causa de que algunas de las hojas se quebraran y cayeran de sus ramas, y fueran levantadas por el viento, sacudidas de un lado a otro, hasta posarse suave y finalmente sobre el suelo…


A la vista de lo ocurrido, todas las hojas se asustaron.
“¿Qué está sucediendo?”, se preguntaban unas a otras en susurros.
“Lo que sucede en el otoño”, les explicó Daniel. “Ha llegado el momento de que las hojas cambien de hogar.

Algunas personas lo llaman morir”.
“¿Todas nosotras moriremos?”, preguntó Freddy.
“Sí”, respondió Daniel. “Todo muere, sea grande o pequeño, débil o fuerte. Primero cumplimos nuestra tarea. Sentimos el sol y la luna, el viento y la lluvia. Aprendemos a bailar y a reír. Y realizada la tarea, llega el momento de morir”…
“¡Yo no voy a morir!”dijo Freddy con determinación.“¿Tú vas a morir también, Daniel?”
“Sí”, respondió Daniel con firmeza en su voz, “cuando llegue mi hora”.
“¿Cuándo será?”, pregunto Freddy.
“Nadie lo puede saber con certeza”, respondió Daniel.

Freddy observó que otras hojas continuaban cayendo, y pensó: “Debe de haber llegado su hora”.
Y también vio que algunas de las hojas resistían los golpes del viento antes de caer, y que otras, simplemente, se dejaban ir y caían mansamente…
En pocos días, el árbol quedó casi desnudo.
“Tengo miedo de morir”, le dijo Freddy a Daniel con tristeza. “No sé qué es lo que hay allá abajo”.
“Todos tememos lo que no conocemos, Freddy. Es natural”, le tranquilizó Daniel. “Sin embargo, no tuviste miedo cuando la primavera se convirtió en verano. No tuviste miedo cuando el verano se transformó en otoño.

Eran cambios naturales. ¿Por qué tendrías que temer a la estación de la muerte?”
“¿El árbol también muere?”, preguntó Freddy.

“Algún día. Pero hay algo más fuerte que el árbol: la Vida, la vida es eterna, y todos somos parte de ella”, le respondió Daniel.

“¿Adónde iremos cuando muramos?”, volvió a preguntar Freddy.
“Nadie lo sabe. ¡Ese es el gran misterio!”, dijo Daniel con una sonrisa.
“¿Regresaremos en la primavera?”,Freddy seguía insistiendo con sus preguntas...
“Nosotros no, pero la vida sí”, y Daniel continuaba respondiendo con paciencia…

“Entonces ¿cuál ha sido la razón de todo esto?”, siguió preguntando Freddy con enfado. “¿Por qué estamos aquí?¿Sólo para caer y morir?”

Daniel respondió, como siempre, de la manera más objetiva que pudo: “¿Por qué? Por el sol y la luna; por los momentos felices que hemos pasado juntos; por la sombra y los ancianos y los niños; por los colores del otoño; por las estaciones. ¿No son razones suficientes?”
Esa tarde, en la luz dorada del crepúsculo, Daniel se desprendió de la rama. Cayó sin esfuerzo. Y mientras caía parecía sonreír apaciblemente… “Hasta pronto, Freddy”, dijo…
Después, Freddy quedó solo. Era ya la única hoja que permanecía en su rama…
La primera nevada cayó a la mañana siguiente. Era blanda, blanca y suave, pero dolorosamente fría para Freddy. Además, apenas hubo sol ese día, que fue muy corto. Freddy notó que perdía el color y se volvía quebradizo El frío era cada vez más gélido, y la nieve pesaba mucho sobre él. Así que, al amanecer, el viento que se levantó no tuvo problema alguno en separar a Freddy de su rama…Y, mientras caía, pudo ver el árbol entero por primera vez. ¡Qué fuerte y firme era! Estaba seguro de que viviría mucho tiempo, y el saber que había sido parte de esa vida, le llenó de orgullo.
Freddy fue a parar a la cima de un montículo de nieve. Era bastante blanda, y hasta cálida, y en esta nueva posición, Freddy se encontraba más cómodo que nunca. Cerró los ojos y se quedó dormido…
No sabía que, después del invierno, volvería de nuevo la primavera y la nieve se derretiría y se transformaría en agua… No sabía que su ser, aparentemente seco e inútil, se uniría al agua y serviría para que el árbol se hiciera aún más fuerte...
Y, sobre todo, no sabía que allí, dormidos en el árbol y en la tierra, ya había proyectos de nuevas hojas que nacerían, como hizo él, al llegar la primavera…

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